Lo habíamos marcado como reto y lo hemos conseguido. El Epicúreo cumple su primer aniversario y qué mejor manera para celebrarlo que visitando el famoso restaurante del chef con más tirón televisivo de los últimos años (Con permiso de mi querido Carlos Arguiñano, claro); El Bohío de Pepe Rodríguez. En este sentido, tres generaciones, dieciséis años con una estrella Michelín, el último premio Nacional de Gastronomía en 2010 y un tándem letal con su hermano Diego y el equipo de sumilleres y sala, hacen que el protagonismo de Pepe Rodríguez en Masterchef quede en una mera anécdota cuando pruebas su ensalada de pescados marinados, los fideos del cocido con su costilla adobada o la ropa vieja con con su mismo caldo. Una vez más, la compañía estuvo a la altura de lo que comimos, Javier y Carol no se pudieron resistir a una nueva travesura gastronómica y el viaje desde Santander y Palma valió la pena.
Los orígenes del restaurante -abierto desde 1934 cuando empezó como casa de comidas- el ambiente familiar y la humildad de sus inicios hacen que detrás de cada plato veas una evolución gastronómica y una historia viva. Al cruzar la puerta de un edificio con aires de típico mesón castellano antiguo, te encuentras con un ambiente moderno y familiar. Familiar porque desde el primer minuto, Diego Rodríguez, Jefe de sala y copropietario del restaurante te atiende de una manera excepcional, con un trato familiar y cercano que te hace sentir como en casa.
Los "snacks" de bienvenida ya son toda una declaración de intenciones. Algunos de ellos me parecieron especialmente reseñables, sobretodo el potaje de bacalao y los bocados de lentejas con butifarra y por encima de todos, el pisto manchego con su ceniza. Ante todo, el recuerdo a los platos tradicionales de la tierra siempre estuvo presente en el menú.
Los orígenes del restaurante -abierto desde 1934 cuando empezó como casa de comidas- el ambiente familiar y la humildad de sus inicios hacen que detrás de cada plato veas una evolución gastronómica y una historia viva. Al cruzar la puerta de un edificio con aires de típico mesón castellano antiguo, te encuentras con un ambiente moderno y familiar. Familiar porque desde el primer minuto, Diego Rodríguez, Jefe de sala y copropietario del restaurante te atiende de una manera excepcional, con un trato familiar y cercano que te hace sentir como en casa.
Los "snacks" de bienvenida ya son toda una declaración de intenciones. Algunos de ellos me parecieron especialmente reseñables, sobretodo el potaje de bacalao y los bocados de lentejas con butifarra y por encima de todos, el pisto manchego con su ceniza. Ante todo, el recuerdo a los platos tradicionales de la tierra siempre estuvo presente en el menú.
Lo que más me sorprendió es que sin haber leído nada antes de ir y solo por la imagen de Pepe en Masterchef, parecía que te ibas a encontrar una de elaboración clásica, pero nada más lejos de la realidad. Todos los platos rebosaban una técnica increíble y un emplatado perfecto combinando a la perfección la esencia de las recetas tradicionales de la tierra con re-interpretaciones originales y en algunos casos un hilo conductor entre plato y plato realmente original.
Pasados los "snacks" iniciales empezamos con los platos principales y pese que para mi, el menú fue de menos a más, el primero de los platos fue especialmente destacable: Ensalada de pescados marinados y fritos con alioli de berenjena. Un frito crujiente que combinaba a la perfección con los marinados y los brotes que completaban el plato. Una pasarela de sabores que te lleva al segundo de los platos, Tomate, frutos rojos y anchoas...Una elenco simplemente genial con un sabor a mar cuyo corolario fueron las espardeñas con jugo montado de bacalao y queso.
La tercera parte del menú fue mi debilidad. No lo puedo evitar, omnívoro sí, pero carnívoro sobretodo. Si algo buscas en muchas ocasiones en un restaurante como el Bohío (Aunque como ya he dicho antes me sorprendió mucho en este sentido) es encontrar las recetas de siempre pero con una vuelta de rosca más, con imaginación en los emplatados y elaboraciones que te hagan disfrutar un plato que a priori forma parte del tradicional recetario castellano pero pero que lo disfrutas desde otra perspectiva, con otro orden... Así fue la ropa vieja con el caldo de cocido.
El bacalao tiznao no estuvo mal aunque no fue el plato que más destacó. Sobretodo viniendo de la ropa vieja y con el plato que bajo mi punto de vista complementó a la perfección ese caldo que volvió a ser protagonista de fondo de los fideos de cocido con su costilla adobada, un auténtico espectáculo que tal vez eclipsó un poco al bacalao que le precedió. A estas alturas el listón estaba ya muy alto y cuando pensaba que ya no nos podría sorprender más, llegó el pollo en pepitoria y el pichón asado, su royal y remolacha encurtida. Impecable, sobretodo el pichón con una cocción perfecta y una original remolacha que le daba un toque ligero y desenfadado al plato. Por si no fuera suficiente, Pepe nos ofreció fuera de menú un platito de callos que me hicieron saltar las lágrimas.
Aunque justitos de fuerzas pero con ganas, llegamos a los postres con unos frutos rojos, regaliz y vainilla por un lado y una fruta de la pasión, praliné y sal de kikos para acabar que hicieron las delicias de los más golosos de la mesa. El maridaje fue un punto a parte, no en vano en 2014 el Bohío recibió el premio Louis Roederer al restaurante español con mejor tratamiento del vino. Para los aperitivos y los ocho platos principales del menú tomamos un tinto Puerto Carbonero (Bodegas y Viñedos Cerro del Águila. Menasalbas-Toledo) que maridó muy bien con cada uno de ellos y para los postres un Javier Sanz dulce de invierno y un extraordinario oloroso Puerta Real. Un café acompañado de unas trufas, gominolas de piña y cañas fritas junto con un Gin Tonic, un Jonhy Black y una pequeña tertulia con Pepe hicieron de esta una comida para el recuerdo y como siempre digo, ¿qué son las comidas si no recuerdos? ¡Feliz Semana a todos!