
Sea de una manera o de otra la calidad del material es indiscutible, de la misma manera que no voy a discutir sobre el mejor caldiño gallego que he tomado en muchos años que, dicho sea de paso, sentó de lujo después de la caminata a dos grados de temperatura desde el hotel hasta el restaurante. Su nombre no dio lugar a dudas sobre el entrante caliente que tomamos; O'Caldiño!
Cuando te sirven un buen caldo gallego, con sus grelos, su berza y su fiambre, todo perfectamente cocido y con un gusto superior y luego te tomas unos carabineros en donde chupas las cabezas y tienes la sensación de estar tomándote otra taza de caldo, el listón es difícil de igualar. Las consecuencias las pagaron las pobres vieiras que elegimos como último plato antes del postre. El plato era correcto, siguiendo la receta original gallega, con cebolla y pan rallado. Demasiado acostumbrado a tomarlas gratinadas con bechamel fueron el plato que pasó más desapercibido. El corolario lo pusieron los postres. Pedimos un par de platos que nos recomendaron: Tarta de Santiago y unas filloas rellenas de crema pastelera que hicieron que se nos saltaran las lágrimas de gusto al tiempo que hicimos las delicias de los camareros que nos servían al ver cómo disfrutábamos. Sin duda, un lugar para volver en nuestro próximo periplo madrileño.